lunes, 13 de octubre de 2014

ESTRELLA

Fotografía: Fran Gala @erfran72



La hermana Sofía siempre me decía que me auguraba un futuro con estrella. Le gustaba hacer aquel juego tonto de palabras con mi nombre. Cada mañana, al entrar al dormitorio para despertarnos, cantaba. Aquel canturreo es uno de los recuerdos más dulces de mi infancia en el orfanato.

Los domingos de visita siempre vestías un abrigo color burdeos. Olías a hierbabuena y a jabón de Marsella. Me abalanzaba sobre ti y me hacía un ovillo en tu regazo sin darte tiempo a desprenderte de aquel gabán viejo y deslucido. Tenías aspecto cansado, pero a mí me parecías la madre más bella del mundo. Salíamos del convento y paseábamos hasta el banco que había bajo el puente. Allí pásabamos horas y horas de risas y confidencias.

Empecé a apuntar tus faltas a nuestra cita semanal en una libreta de música. Por cada ausencia tuya yo dibujaba una corchea negra en el pentagrama. Cuando se agotaron todas las hojas no quise comprar otro cuadernillo más.  Compuse una sinfonía completa, triste y sin sentido.

La hermana Sofía me acariciaba el pelo mientras repetía una y otra vez: -Un futuro con estrella, niña.-

Yo sonreía a la monja, le besaba en la mejilla, consciente de su incipiente demencia y la dejaba en su mundo para regresar al mío, al crudo, al real. Pobrecita. Lloraba en silencio cuando llegó el momento de salir de allí  y empezar a volar sola. Aquel día, sorprendemente, recordaba mi nombre. Me gritaba: -¡Estrella!- y agitaba la mano sonriendo mientras las lágrimas le surcaban las mejillas.

Encontré tu carta una mañana de hierba escarchada, revolviendo en el fondo de un armario.  Apareció el cuadernillo de música y la carta dentro de él. Me senté en la escalera del porche, estupefacta,  al ver tu nombre en el remite. Me temblaban las manos. No la pude abrir. No allí. Me vestí con ropa cómoda y me encaminé hacia nuestro banco, bajo el puente, frente al río. Me senté y la leí.  

Querida Estrella:



Te llevo en mi pensamiento cada segundo, cada latido. Mi vida en prisión es llevadera, no te preocupes por mí. El mayor dolor de mi corazón fue no poder darte un abrazo y explicarte qué iba a pasar antes de ingresar aquí. Pedí a Sor Sofía que lo hiciese en mi nombre y que te entregase estas letras. Confío en que lo hizo así. Volveremos a estar juntas. Te lo juro. En cuanto salga de aquí iré a buscarte. Y no volveremos a separarnos jamás. Te doy mi palabra.



Te quiere

Mamá.

La carta estaba fechada quince años atrás. Hacía ya siete que yo había inciado mi vida de adulta, al cumplir la mayoría de edad. Y tan sólo unos meses desde que el Alzheimer se había llevado a Sor Sofía.

Guardo la carta dentro de mi libreta, empapada de aquella sinfonía triste y gris. Es lo único que me queda de ti. No cumpliste tu palabra. No has venido a buscarme. Ni siquiera sé si quiero conocer el motivo. Al menos tengo la certeza de que la hermana tenía razón. Tengo estrella. Una estrella grande y brillante que me acaricia el pelo desde el cielo y me sonríe agitando la mano mientras canturrea con suavidad para despertarme cada mañana. 


Texto: Rosa Muro @pink_wall





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