lunes, 3 de marzo de 2014

EL BAILE DE LAS ESPIGAS

Fotografía cortesía de Norberto Santos @norbertosl



Seguí las huellas de tu recuerdo con paso vacilante. Me llevaron hasta un prado de árboles infinitos y espigas doradas que se contoneaban a merced del otoño. El lugar en el que hicimos planes por primera vez. Yo reía sin parar tumbada sobre la hierba mientras seguía con la mirada el vaivén de los volantes de mi falda. Tú gesticulabas preso del entusiasmo junto a mí, apoyado sobre un brazo mientras me retirabas el cabello de la cara con la mano que te quedaba libre y me besabas la sien. 

Me contabas historias increíbles que me creí. No sé cómo en aquel momento no me di cuenta de que aquello que pretendías que construyéramos juntos no eran más que castillos en el aire. Poco tiempo después caí en ello de golpe. Un golpe seco y frío causado por una ráfaga de viento que derrumbó los cimientos de nuestros castillos. El viento de la mentira. 

Aquel día, en el prado, estaba loca de amor. Y la locura del corazón empaña los ojos del sentido común. Fui la última en saber que frecuentabas aquel rincón maravilloso con otras que no eran yo. Que los castillos que pretendías edificar formaban legión, que no eran patrimonio tuyo y mío. Un golpe seco, frío y asolador.

El tiempo ha convertido el dolor en pena. La danza hipnótica de las ramas mitiga mi tristeza. Porque cuando siento que ésta se adueña de mí me tumbo en la hierba, entrecierro los ojos, me recreo en el espectáculo y pienso en que al menos obtuve algo bueno de ti: El baile de las espigas. 



Texto: Rosa Muro @pink_wall

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